Por Sergio Reyes.
El nombre completo del libro es “Los Niños También Tienen Memoria. 11 de Septiembre 1973”, escrito por Lilian Pinto Durán, quien fuera ganadora con este trabajo “investigativo” del Fondo del Libro, Fomento a la Creación de este año 2013. El libro fue patrocinado también por el Instituto Nacional de Derechos Humanos.
El tema es especial. La escritora intentó descubrir qué memorias quedan hoy en adultos ya mayores (de 40, 50 o 60 años), del golpe de estado de 1973, para cuya fecha eran niños. En tal medida, no se trata de niños haciendo memoria de algo reciente, sino de adultos recordando cómo vivieron como niños o niñas el evento nacional que conmocionó a todo nuestro país, de norte a sur: los militares tomándose el poder por la fuerza de las armas, deteniendo, torturando, y matando a quienes ellos determinaron ser enemigos. Los enemigos fueron gente común, hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños partidarios de la Unidad Popular y del presidente democráticamente electo en 1970, Salvador Allende.
En el primer párrafo resalté la palabra “investigativa” porque aquello es lo que aparece en la definición del tipo de obra en el libro mismo. No creo que, en rigor, este escrito sea de investigación en el sentido clásico y académico de dicha designación. No importa. El escrito adquiere valor por lo que va develando, y no por un acartonado sistema de investigación científica y literaria. Incluso, las razones para escribir que se entregan en el capítulo “Despertar” ya nos indican que este es más bien un trabajo de introspección personal, muy individual, que busca en la historia una validación colectiva de los sentimientos del escritor.
En la simpleza de un evento como apoderada de su hija, la autora se encuentra con una institución represiva e intolerante. La arrogancia con que los funcionarios de una escuela privada procesan sus reclamaciones y preocupaciones, gatillan recuerdos, memorias, de su propia niñez, y lo que significó vivir bajo la dictadura de militares y civiles que se impuso al país desde 1973 a 1989.
La escritora narra su proceso de indagación acerca de qué memorias podrían tener otros de ese período de niñez, encontrando que dentro de su propio circulo, aún de familiares cercanos, el tema no es bienvenido. “Eso ya pasó, mejor no hablar de aquello.” Lo que hoy día venimos en definir como “Negacionismo”. Toda una tendencia a negar por omisión lo que sucedió y más aun, para quienes estuvieron, están y estarán de acuerdo con lo acometido por la dictadura, a justificar los crímenes de lesa humanidad cometidos para defender, con todo, el capitalismo chileno.
La escritora definía que, por suerte, a ella y su familia directa no le había tocado vivir los rigores, el drama y el horror de la persecución y la represión. Sin embargo, a poco andar, si se da cuenta que estuvo rodeada de todo aquello, en una familia donde el padre era dirigente sindical, aun sin filiación partidaria, y su madre, parcial a la dictadura. Finalmente, un atisbo de sistematización de emociones se levanta sobre sus sentimientos, y decide preguntar “¿Dónde estaba usted el 11 de septiembre de 1973? ¿De qué se acuerda cuando era niño? En este proceso abierto, empezó a descubrir una cantidad de información de la cual había esta protegida durante su vida.
La riqueza del libro radica en poder compartir con la autora una diversidad de opiniones de quienes fueron niños o niñas durante esos años. Desde la izquierda a la derecha y, sobre todo de interés para la escritora, la “generación del medio”. Y en todo esta verdadera explosión de idea, la autora misma va afirmando sus vivencias, entendiendo y trabajando con sus propios conflictos psicológicos sobre un tema que afectó a toda una sociedad, la que nunca ha tenido el beneficio de la terapia colectiva.
La generación del medio, las y los que eran niños al momento del golpe y no tenían formados sus definiciones políticas, más allá de las influencias de sus padres, es definida por la escritora como los “hijos del silencio.” Ese silencio se hizo voz en las memorias de quienes participaron de este experimento social en forma de libro. En sus páginas se resalta que el Chile de hoy fue engendrado no solamente bajo una cruel dictadura civil y militar, sino que los jóvenes contemporáneos nacieron de padres criados bajo la censura de sus abuelos, y luego con pactos sociales de silencio para no caer en polémicas, aunque estas se manifiesten inevitablemente cuando hay que adentrarse un poco en la historia.
A 50 años este libro es una contribución para contrarrestrar los esfuerzos sistemáticos por negar las atrocidades cometidas en nombre de una defensa de la democracia capitalista, aunque esta palabra, “capitalista”, no se mencione facilmente, no solamente en las calles de Chile, sino tampoco en este libro.
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Lilian Pinto Durán llegó a Magallanes un 3 de Julio 1985, invitada por su hermana y su familia quienes residían en la región. Según sus propias palabras, “Me presentaron a un magallánico y ya estaba casada al año.” Tuvo dos hijas nacidas en Magallanes. Luego, por razones de trabajo de su esposo debió partir para Iquique, Santiago, y Valparaíso. Actualmente, la familia tiene residencia dual en Santiago y en Río Seco. Lilian declara, “mis raíces y descendencia prenden desde esta tierra.”
Entre otros escritos, Pinto Durán ha sido finalista en “Magallanes en 100 Palabras.”
El libro puede adquirirse en Punta Arenas en la librería “Entre Páginas” ubicada en Zona Franca.