Y se apareció marzo, inevitablemente llegó el mes en que casi todo el país vuelve al trabajo, y
a los colegios. La rutina retorna a las vidas de millones de familias a lo largo y ancho del territorio. Este año iniciamos con mejores cifras económicas, esperamos continúe la recuperación de la economía, pero sabemos también que es año de elecciones. De acuerdo a nuestro ciclo electoral que cada cuatro años permite renovar el liderazgo presidencial, y cambiar parcialmente la integración del parlamento, en noviembre tendremos la elección presidencial y parlamentaria. Este es el último año de la administración Boric, el año del pato cojo, aunque no guste mucho en La Moneda la denominación, lo cierto es que, en vísperas de la elección presidencial, el poder simbólico del ejecutivo comienza a mermar sustancialmente. Siendo sinceros en un proceso que todas las administraciones han vivido, y es natural. La administración saliente, tiene la natural esperanza de lograr transmitir a alguna figura de su sector la banda presidencial, pero el último que consiguió este objetivo fue el presidente Ricardo Lagos en 2006, cuando entregó la banda a la primera mujer en ejercer el cargo de presidenta de la república, la doctora Michelle Bachelet. Desde 1990 hasta 2010, se prolongaron los gobiernos de la concertación de partidos por la democracia, la alianza progresista que gobernó durante 20 años, los años de mayor crecimiento económico y desarrollo social del país. Siendo también la alianza política más exitosa electoralmente en toda la historia republicana. No obstante, este éxito innegable, desde
2010 hasta 2021 los gobernantes no han logrado la continuidad de su proyecto político. Es así como Michelle Bachelet debió entregar la banda presidencial a Sebastián Piñera, de la alianza política conservadora en 2010, rompiendo la continuidad de gobiernos progresistas. La derecha llegaba al poder mediante elecciones democráticas, por primera vez desde el retorno a la democracia. Pero, el proyecto de restauración conservadora tampoco pudo proyectarse, y en 2014, el país retomaba la senda progresista con un segundo mandato de la presidenta Michelle Bachelet. La alianza política que se instaló en La Moneda en esa oportunidad se llamaba Nueva Mayoría, e incorporó por primera vez, al partido comunista, que no integraba una alianza de gobierno desde el gobierno de la Unidad Popular. Tampoco esta alianza política estaba destinada a permanecer en el poder, ya que, concluido su período presidencial, la presidenta Bachelet entregó la banda por segunda vez al presidente Piñera.
El ciclo de alternancia política cada cuatro años, se volvió a repetir en 2021 cuando el presidente
Piñera hizo entrega de la banda al presidente Boric, a la cabeza de un conglomerado de fuerzas de
izquierda.
Como se ha vuelto tradicional en los últimos 20 años, ni conservadores ni progresistas se
conforman con la pérdida del poder, e intentan hacer la vida imposible a sus adversarios, con una
oposición tenaz, que obstruye la labor de gobierno. Se agrega a eso, la atomización de la política en decenas de minúsculos partidos, que eligen parlamentarios con votaciones enanas. La disgregación en múltiples alternativas, que representan opciones de nicho, cuando no emprendimientos individuales o familiares, han provocado una fuerte degradación de la calidad de la política. Y la consiguiente baja en la aprobación ciudadana, con porcentajes en torno al 4% de aprobación para el congreso y para los partidos políticos.
En este escenario, no es raro que las figuras que concitan la mayor adhesión popular son las
figuras políticas archi conocidas y con experiencia probada. En el sector conservador, es indudable
que quien concitaba el mayor respaldo era el ex presidente Piñera, quien de no mediar su trágica
despedida hace un año, estaría encabezando nuevamente las fuerzas de su sector. Quien lo
reemplazó, es una política con altísimo nivel de conocimiento y es la que aun concita en las encuestas la mayor aprobación, la ex alcaldesa Evelyn Mathei. Un liderazgo tradicional, que hoy enfrenta por su extremo derecho, dos fuertes adversarios, que disputan el liderazgo del sector. José Kast que va por su tercera candidatura presidencial, la última derrotada en segunda vuelta por el presidente Boric. Y el diputado Johannes Kayser, quien al menos en las mediciones de opinión aparece concitando mayor adhesión, pese a que representa una alternativa de derecha extrema, como no se había visto en Chile desde el retorno a la democracia.
Si el ciclo de alternancia política que hemos tenido en Chile en los últimos quince años, sigue
su curso normal, este año nuevamente debiera imponerse una alternativa conservadora, y el
presidente Boric, se vería entregando en marzo de 2026 la banda presidencial a una figura política de la actual oposición. La única variable que hoy podría alterar esa dinámica que todas las encuestas dan por ciertas, es el factor Bachelet. Una hasta ahora incierta posibilidad de que la presidenta Bachelet acepte encabezar un nuevo proyecto político. Lo ha negado reiteradamente, y siempre ha estado por promover a otras alternativas, tal como lo hizo en sus dos administraciones, instalando en el gabinete, a cuanto prospecto hubiera para asumir el desafío. Pero la política es así, una cosa son las intenciones, y otra cosa es la que resuelve la propia ciudadanía con sus preferencias. Y contra todo lo que la propia presidenta Bachelet ha dicho y ha hecho para promover figuras políticas, lo cierto es que lo que porfiadamente reflejan las encuestas, es que es Michelle Bachelet la única que concita el respaldo y la adhesión popular como para competir eficazmente en la presidencial de noviembre.
Si las elecciones presidenciales fueran este domingo, con las candidaturas presidenciales que
existen hoy, la más probable ganadora sería doña Evelyn, lo que cumpliría el ciclo de alternancia cada cuatro años. Chile continuaría a los bandazos del timón, a un lado y al otro, sin continuidad ni del proyecto progresista ni del proyecto conservador. El país entero en un eterno loop electoral, que va dejando cientos de materias pendientes, cientos de asuntos por resolver. Nuestro siempre postergado paso al desarrollo, depende en gran medida, de que las grandes definiciones, los grandes temas que conciernen al interés general de la nación, no se alteren por el cambio de inquilino de La Moneda.
Lamentablemente, hasta ahora no se ha encontrado esa fórmula que nos permita, tener una hoja de ruta común. En esto se juega el éxito o fracaso de nuestro sistema democrático, en la posibilidad de generar consensos que trasciendan a los gobiernos. La adhesión al pacto social. Tan duramente cuestionado en 2019, y cuya modificación fue un fracaso del mundo político en los dos procesos constituyentes, requieren de un liderazgo integrador, un liderazgo capaz de sintetizar, no sólo distintos colores de un abanico de opciones políticas, sino también, brindar una luz de esperanza, un suspiro de alivio, a los millones de chilenos y chilenas, que luchan por el sustento y la seguridad de sus familias cada día.
El gran temor del sector conservador es que su expectativa de triunfo, que ven tan cercano en
este momento, pueda verse frustrada por una nueva candidatura de la presidenta Michelle Bachelet.
Por su carisma, su experiencia, por el cariño que las personas le demuestran cuando aparece en
cualquier lugar de Chile, no cabe duda, que es el liderazgo que mejor encarna los valores y las ideas del progresismo. Es un hecho de la realidad, una constatación. Algunos políticos pueden tener naturales expectativas o el deseo de competir en la presidencial, pero las cifras de distintas
mediciones, demuestran que tales candidaturas ni siquiera llegarían a la segunda vuelta. En tal
circunstancia, sólo podemos esperar la decisión de la presidenta Bachelet, para una elección
presidencial competitiva, y que siente las bases de un nuevo período de estabilidad y crecimiento, el que nuestro país requiere con urgencia.
Ernesto Sepúlveda Tornero