La situación que vive nuestro país, a propósito de la pandemia del Coronavirus, nos sorprende en medio de un clima de crispación social, pocas veces visto. El riesgo de contagio es real, los casos se multiplican con rapidez, en países con mejor infraestructura sanitaria que Chile. Al comienzo, algunos sugirieron que era un invento del gobierno para sacar a la gente de las calles. A ese extremo se ha llegado en el descrédito y la desconfianza. Nos ha llegado esta prueba de coraje, de responsabilidad, de disciplina, a todos nosotros, sin excepción. La enfermedad, así como la muerte, no distingue colores políticos, ni los centavos acumulados. En tiempos en que algunos, que no vivieron el horror, dicen que “la alegría nunca llegó”, y que esto no es democracia, viene el COVID19, y nos pone a todos en el mismo saco.
Qué mejor aprendizaje de vida, que estar obligados a enfrentar todos juntos, un peligro que amenaza a quienes más amamos. De pronto resultan fútiles hasta las consignas más encendidas. No es que todo lo avanzado desde octubre, haya que desecharlo. Por el contrario, creo que Chile necesitaba recuperar un sentido de unidad, que ninguna corriente política, representa. Un sentido de pertenencia a una comunidad, que se alcanza, no desde el odio, desde el resentimiento, sino desde el amor.
En estos días partió a los cielos, luego de una larga y pacífica despedida, el Padre Mariano Puga, llamado “El cura obrero”, por una vida de entrega a los más humildes y desposeídos. Escuchar sus últimas entrevistas, es un obsequio en estos días. “Chile despertó de la somnolencia en la que estaba. Ahora podemos ser verdaderamente un pueblo, donde los hermanos de norte abracen a sus hermanos del sur, donde se abrace al hermano mapuche, al de las minorías sexuales. Donde el hermano desvalido abrace a su hermano poderoso”. Una vida pletórica en enseñanzas, en ejemplos, haciendo carne las enseñanzas de Jesús.
Si la aldea completa está amenazada por el fuego, seguiremos disputando quien de la tribu, está mas preparado para dirigir? O nos pondremos juntos a defender lo que nos pertenece a todos? . Chile no va a volver a ser el mismo, no volveremos atrás en el tiempo. Si tenemos esperanza de un futuro mejor, tenemos que ponernos manos a la obra, sin distinciones de ningún tipo.
Vamos a cuidarnos y a cuidar del otro. No existe otra salida. La vida nos enseña eso, una vez más, somos una gran familia. Disfuncional a veces, pero seguimos perteneciendo a la misma especie, habitando un mismo territorio, compartiendo sueños, ricos, diversos. No existen atajos para que la vida sea mas fácil, tampoco para alcanzar los grandes objetivos, las grandes metas como sociedad. Quien diga lo contrario, está mintiendo. No es una asonada callejera, ni mucho menos un cuartelazo, lo que solucionará nuestros problemas. Necesitamos con urgencia, volver a mirarnos, así como nos vio el Padre Mariano, no como ángeles, ni como santos, ni siquiera como miembros de una misma iglesia. Vernos como hermanos, que compartimos y compartiremos un mismo destino.
Tenemos un gran desafío por delante, es inmediato, urgente. Adoptar todas las medidas necesarias para prevenir el contagio del Coronavirus. No es momento de sacar pequeñas ventajas políticas. Ni de Sacar réditos del enésimo error ministerial, o del millonésimo chascarro presidencial. Es el momento del verdadero patriotismo, amor por el pueblo, conciencia de clase, o espíritu cristiano, como quieran llamarle.
Debemos concentrar todas nuestras fuerzas en controlar la pandemia. Es el momento de la verdadera unidad social y política de Chile, para defender la vida. No es el momento de enfrentar posiciones, es momento de tomar decisiones con seriedad y responsabilidad. Postergar el plebiscito constitucional desde el 26 de abril, a octubre de 2020, es una decisión que debemos tomar en conjunto como sociedad, para enfrentar todos juntos el Coronavirus.
Si logramos librar con éxito esta batalla, estaremos preparados para construir un mejor Chile. Sólo con un baño de amor por los otros, de solidaridad y de confianza, podremos sentar las bases de una nueva convivencia.
La felicidad, finalmente es el verdadero objetivo de nuestras vidas. No hay dinero que la compre, ni candidato que la garantice. Estoy convencido, que velando ahora por el bienestar de nuestros seres queridos, protegiendo a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros trabajadores, a nuestros jefes, estaremos aportando esa cuota de generosidad, de altruismo, que Chile necesita, para re encontrarse con lo mejor de sí mismo.
Ernesto Sepúlveda Tornero