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«PALABRAS QUE SANEN» por Ernesto Sepúlveda Tornero

En la última semana, han hecho noticias las expresiones de la presidenta del colegio médico, Izkia Siches. En un podcast difundido ampliamente, desliza duras palabras para referirse a las autoridades de gobierno, y su manejo de la pandemia. Varios de los aludidos reaccionaron enérgicamente, por considerar insultantes dichas expresiones. Y se ha generado una discusión en redes sociales, acerca de la pertinencia de ellas, y si corresponde a un debate, donde se dicen las cosas por su nombre. O constituyen mas bien, meros insultos dirigidos a quienes no tienes enfrente en ese momento. Se coordinó una declaración de reclamo, suscrita por los directores de servicios de salud, de todo el país. Y la ministra vocera, que también es médico, emitió una declaración suscrita en esa calidad, donde criticaba fuertemente a la doctora Siches. Unas expresiones motivadas por la molestia y la frustración de lidiar, con un gobierno indolente, fueron aprovechadas por el mismo gobierno, para infringirle una derrota política, a quien ha sido su mas tenaz crítica por la gestión sanitaria.

                                          El tema en cuestión, no debiera ocupar ningún segundo en pantalla ni en los otros medios. Se trata de expresiones ofensivas, que era fácil de prever, provocarían una reacción. Constituyen un despropósito, y no hay vuelta que darle. Porque nos distraen de nuestro objetivo principal, el esfuerzo por controlar la pandemia. Me incluyo dentro de los muchísimos que admiran a la doctora Siches, por algo ha sido incluida entre las 100 mujeres más importantes por la revista Time. Pero la admiración no nos puede cegar. Fue un error y se debe reconocer. Lamentablemente, la incapacidad de autocrítica, campea a ambos lados del espectro político. Y es notoriamente escasa, entre quienes aspiran a dirigir el país. Si uno se resbala, ahí está el resto abalanzándose encima, para pisotearlo o patearlo en el suelo.

                                          Aunque a ratos, parece algo pasado de moda, el respeto, el guardar las formas, es necesario para mejorar nuestra vida en sociedad. Es imprescindible en quienes dirigen y conviven en la actividad política. Los líderes políticos y sociales, tienen un primer deber, y es el contribuir con sus palabras y su actuar, a un clima de entendimiento y de paz. No es legítimo usar un lenguaje insultante, o denigrante, sólo para captar la atención. La degradación del adversario, el ataque a las minorías, está a la base de los totalitarismos que desangraron el planeta en el siglo XX. No hay que tomarlo con ligereza.            Y debemos estar atentos a identificar, a esos hombre y mujeres de la política, que hacen su discurso, en base a la descalificación de los otros. Los que fomentan la animosidad, cuando no, derechamente el odio, hacia los otros, no están en la senda de construir una sociedad mejor para todos y todas.

                                          No se trata de ocultar, de disimular, o de negar nuestras diferencias políticas, sociales, económicas, religiosas, por el contrario, se trata de reconocerlas y aceptarlas. La discusión democrática que iniciaremos este año, en la convención constituyente, se realizará así. Ningún sector podrá invisibilizar, ignorar, prohibir o suprimir al otro. En este momento cúlmine de nuestras vidas, cuando libramos una batalla sin igual, por nuestra sobrevivencia, estamos obligados a entendernos, a aceptarnos.

                                         Mirando nuestro trágico pasado histórico, creo que la forma de honrar a nuestros héroes y mártires, es haciendo que triunfe la cultura de la vida, por sobre la cultura de la muerte. Haciendo que brille la verdad, por sobre las tinieblas de la mentira y el engaño.  Debemos mirar al país, a nuestra comunidad de Magallanes, como miramos a nuestros hijos e hijas. Con qué amor y dedicación los cuidamos. Qué no hacemos, ¿qué no haríamos por ellos? Esa es la verdadera revolución. Ver a la sociedad, a la comunidad, como a nuestra propia familia. Velar por los otros, cómo velaban nuestros padres por nosotros mismos. Eso es lo radical, es lo más comprometido, lo más progresista, y a la vez lo más moderno e innovador. Mirar la esfera pública, como el lugar donde se comparte y se construye, para que mejoremos todos. Actuar con altruismo, hacer las cosas por la satisfacción de hacer lo correcto, porque es lo que debe hacerse, y no hacerlo, por codicia o por competir con los otros.

                                        Las nuevas respuestas, para las nuevas preguntas, las encontraremos de ese modo. Cuando nos demos cuenta, perderemos menos tiempo dando explicaciones o pidiendo disculpas, por lo que dijimos o dejamos de decir.

Ernesto Sepúlveda