La desvergüenza y la falta de respeto es más común de lo que quisiéramos.
Es más, siendo la primera una cualidad que se creía propia de la clase política y parlamentaria, cada vez se amplía a más sectores de la sociedad y ciertamente el movimiento sindical no es ajeno a este flagelo. Respecto de la segunda, se va haciendo una peligrosa costumbre que mancha la gestión y la acción de muchos sindicalistas honestos. Con todo, ambas deben ser desterradas de nuestro trabajo pues son contrarias a la moral de clase.
Para ser dirigente sindical no se requieren grandes cualidades, ni acabados estudios. Sin duda que será valioso todo conocimiento que pueda ayudar a mejorar la gestión, pero si no existe disposición a jugársela por aquellos a quienes se está representando, la organización se resentirá en su accionar y eso le entregará ventajas a la patronal.
2.- Desde siempre han existido los oportunistas y aprovechadores, pero en tiempos pasados la participación activa de los asociados ponía rápidamente freno a cualquier acción que pudiera estar al margen de la ética y la moral sindicalista.
Los malos elementos eran puestos en evidencia y la asamblea hacia los cambios con rapidez. Es más, la legislación de antaño facultaba a las inspecciones del trabajo a fiscalizar malos usos financieros si la denuncia venía fundamentada desde los trabajadores.
Hoy nos hemos llenado de tránsfugas, que se hacen elegir dirigentes con un discurso bonito y después dejan todo botado.
Se apropian de un fuero que no les corresponde, a veces de los recursos de las organizaciones, solo utilizan la organizacion para sus propios fines. Son desvergonzados y faltos de respeto, deben ser sacados de sus responsabilidades y expuestos ante los trabajadores para que no vuelvan a creerles.