Por Beatriz Mella, directora del Centro CIUDHAD de la Universidad Andrés Bello.
En su libro Career and Family: Women’s Century-Long Journey toward
Equity, la economista y premio Nobel Claudia Goldin analiza cómo, a pesar de los
avances en educación y participación laboral, las mujeres siguen enfrentando
barreras estructurales que limitan su movilidad social. La conciliación entre trabajo
y familia ha recaído desproporcionadamente en las mujeres, impactando su
acceso a empleos bien remunerados, a vivienda propia y a condiciones de vida
que les permitan avanzar.
El recientemente publicado Estudio de Movilidad Social Multidimensional del
Instituto UNAB de Políticas Públicas confirma esta brecha. Mientras que el 80% de
las hijas ha alcanzado al menos educación media completa, un avance
significativo en relación a sus madres, solo un 2,8% de ellas ha accedido a
estudios de posgrado, en comparación con un 4,8% de los hombres. En términos
laborales, el 62,1% de las mujeres trabaja de manera remunerada, mientras que
en los hombres la cifra es del 89,4%.
La brecha no se explica solo por la falta de oportunidades en el mercado laboral,
sino por la carga de trabajo no remunerado que aún recae especialmente sobre
las mujeres. En Chile, ellas destinan en promedio dos horas más al día que los
hombres a tareas de cuidado y labores domésticas.
El impacto de estas desigualdades se extiende también a dimensiones urbanas
como la vivienda y la seguridad. En la generación de las madres, un 71,5% era
propietaria de su casa; hoy, solo el 58,3% de las hijas ha logrado acceder a
una vivienda propia. La autonomía económica, una de las claves para el
bienestar y la movilidad social, sigue siendo más difícil de alcanzar para las
mujeres. A esto se suma la percepción de seguridad que ha empeorado. Mientras
que el 92,8% de las madres consideraba seguro su barrio, solo el 62% de las
hijas percibe seguridad. En los hombres, la caída en la percepción de seguridad
ha sido menor, pasando del 88,8% en sus padres al 73,5% en ellos.
La ciudad se convierte entonces en un factor determinante de la movilidad social.
Amartya Sen, también Nobel de Economía, advierte en su libro Development as
Freedom que las personas no avanzan solo por la acumulación de riqueza, sino
por la expansión de sus capacidades y el acceso a oportunidades. Si la estructura
de la ciudad impone barreras—como trayectos inseguros, falta de transporte
adecuado y una distribución desigual de equipamientos urbanos—esas
oportunidades siguen siendo inalcanzables para muchas mujeres.
Si además sumamos la dimensión etaria, el problema se agrava. Muchas adultas
mayores son cuidadoras, pero con menos acceso a servicios esenciales y
enfrentando mayores barreras para moverse de manera autónoma. Lo mismo
ocurre en sectores vulnerables, donde el hacinamiento y la crisis de la vivienda
han reducido el índice de habitabilidad de los hogares.
Hablar de movilidad social sin mirar la ciudad en la que ocurre es ignorar una parte
esencial del problema. Tomar la movilidad social desde una perspectiva
multidimensional—y además centrada en las desigualdades de género—nos
permite diseñar políticas públicas enfocadas en la expansión de oportunidades
reales para las mujeres.
Esto implica reducir barreras con acciones concretas: iluminación adecuada en las
calles, veredas accesibles y seguras, transporte público diseñado para quienes
cuidan, espacios de descanso y áreas verdes de calidad, menos ruido y
contaminación, y una mejor distribución de los equipamientos urbanos. La
planificación urbana no sólo ayuda a revelar el problema, sino que es clave en la
construcción de soluciones reales que ayuden a disminuir las brechas y amplíen
oportunidades.