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LOS OJOS DEL CORAZÓN por ERNESTO SEPULVEDA

-Adiós- dijo el Principito.

-Adiós- dijo el zorro. Ahora te diré mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. 

 “El principito”, Antoine de Saint Exupéry

Amigas y amigos, vivimos tiempos convulsionados, en muchas ciudades de nuestro país, y del mundo, la inseguridad encierra a las personas, tras barrotes en sus propias casas. La desconfianza y el temor, impiden que las personas socialicen, conversen, y hasta que se saluden. En las grandes ciudades, las personas no conocen ni a sus vecinos.

Cada día las personas enfrentan largos tiempos de desplazamiento, entre sus casas, siempre en la periferia, y los lugares de trabajo, en el centro de las ciudades o en otras comunas. Eso sumado a jornadas de trabajo extensas, dificulta que los trabajadores puedan tener una vida familiar adecuada. Los padres y las madres de familia salen con las primeras horas del alba, a la calle, y no ve a sus hijos hasta entrada la noche.

Bajos salarios, un alto costo de la vida, por arriendos caros, gasto en movilización y colación, mantienen a vastas masas de asalariados, viviendo en la pobreza. Una pobreza que no se nota tanto, detrás de los uniformes corporativos, o los trajes en liquidación.

 Sin recursos para destinar a esparcimiento, acceso a la cultura,  a la entretención, y sin tiempo para  la práctica deportiva, o para participar en la Junta de vecinos, o  en el cuerpo de bomberos.

Las personas están cada vez mas solas, cada vez mas aisladas, mas ensimismadas. Presas de la pulsión por el consumo, que parece ser el único mantra, la única religión aceptada socialmente.  Una felicidad falsa, que dura un instante, se esfuma junto con los últimos pesos de un salario minúsculo.

-¿Por qué bebes?- le preguntó el Principito- al único habitante de ese planeta, donde sólo vivía un bebedor, rodeado de montañas de botellas vacías y una colección de botellas llenas.

-Para olvidar- respondió el bebedor.

-Para olvidar qué- inquirió el Principito, que ya le compadecía.

-Para olvidar que tengo vergüenza- confesó el bebedor, bajando la cabeza.

-Vergüenza de qué?- indagó el principito, que deseaba socorrerle.

-¡Vergüenza de beber!- terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en su silencio.

Cuanta desesperanza, cuanta tragedia se oculta en este pequeño párrafo. Cuantas almas atribuladas por los problemas, por la angustia, caen presa del siniestro flagelo. “El veneno negro” como le llamaba Gastón Guzman del dúo Quelentaro. El que partió esta semana.

Amigos y amigas, nos dicen en estos días, que al ritmo que estamos viviendo, el nuestra vida en la tierra tendría fecha de término. El planeta sólo podría recuperarse, si dentro de un plazo máximo de 12 años modificamos radicalmente nuestro modo de vida.

Se refieren al impacto que está produciendo la emisión descontrolada de CO2 a la atmósfera. Se nos dice que todos en el planea debemos modificar nuestro actuar.

Nadie podría estar en desacuerdo con esto. Pero por qué los países en vías de desarrollo, y los países pobres deben enfrentar las mismas restricciones que las potencias industriales?

Parece haber una desigualdad manifiesta, si consideramos que casi el 90 % de las emisiones provienen de las grandes potencias, y mas aún si consideramos que la mayor parte del CO2 acumulado en la atmósfera, proviene de la revolución industrial, que hicieron en el siglo XVIII esas mismas potencias.

Si embargo, tenemos una sola casa, es la casa común, y lo que haga un señor Bolsón en la amazonía, afecta a todo el planeta por igual. No podemos soslayar nuestra propia responsabilidad.

Vivimos en Magallanes en condiciones privilegiadas, rodeados de una naturaleza bella, agreste, con amplios espacios entre los nucleos poblados, que permiten respirar un aire puro y vitalizante. Tenemos que cuidar nuestro entorno, pero sobre todo, debemos conservar nuestro modo de vida. El trato por el nombre, el saludo de mano, o de abrazo a los mas conocidos. El ritmo constante pero no frenético. Una vida de consumos moderados. Gracias a la sabia pedagogía de aquellos largos inviernos del pasado. Cuando guardar frutas en conserva, harina, sacos de papa, la leña y el carbón, hacían  posible la vida en estas latitudes.

Nuestra condición de zona extrema, nos ha impulsado siempre a la solidaridad, a ayudar al que necesita, al que requiere una mano amiga. Humana tradición que proviene tanto de los pioneros chilotes, como  de los del viejo continente.

 Cuando vemos que el futuro de la humanidad está lleno de incertidumbres, más valor adquiere el trabajo colaborativo, abnegado, esforzado y audaz, que permitió construir nuestra región. Esa es nuestra fortaleza.  El que quiera cambiar el mundo, debe partir cambiando el lugar donde vive, su casa, su aldea, su región.

Podemos sacar lecciones del pasado, para enfrentar los desafíos de presente y del futuro.

Amigos y amigas, soy Ernesto Sepúlveda, y aunque quedaran solo 12 años para impedir una catástrofe climática global,  igual valdría vivirlo, luchando en esta tierra bendita de Magallanes.