Esta semana Brenda Cartes Guzmán, en Porvenir, fue asesinada por la ex pareja de su sobrina al negarse a entregarle información del paradero de ésta. Su verdugo decidió por su vida, por su futuro, ejerciendo una violencia bestial, demostró como otros tantos casos, el desprecio por la vida humana, la de una mujer inocente.
Es sin lugar a duda un nuevo caso de femicidio en Chile, el numero 4 de lo que va corrido de este año 2021. El año 2020 cerró con la triste estadística de 58 mujeres que perdieron la vida, todas víctimas de la violencia irracional en manos de hombres cercanos, familiares, cónyuges o parejas. El año 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Allí se definió que la violencia contra la mujer era “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción, o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.
La violencia contra la mujer en Chile es una realidad, pero ¿Quién debe frenar este flagelo? Obviamente se han dado pasos importantes en materias de equidad de género en las últimas décadas, aunque a ritmo lento. Sin embargo, seguimos sorprendidas cotidianamente por el excesivo machismo social y por la violencia irracional que sacude nuestras vidas a menudo. Las mujeres, sólo por el hecho de ser mujeres, viven diversas formas de violencia de parte de sus parejas o de su entorno, que van desde el control hasta la agresión física, hoy escalando a niveles de crímenes de odio, torturando, golpeándolas hasta el límite, quemando sus cuerpos, mutilándolas, todas acciones que nada tienen que ver con los celos, amor o locura. Aunque algunos así lo crean.
Al interior de muchos hogares se mantiene la idea que los hombres tienen derecho a controlar la libertad y la vida de las mujeres.
Producto de la pandemia por el coronavirus, esta realidad se ha masificado, violencia contra las mujeres y las niñas se ha intensificado en todo el orbe, nuestro país no es la excepción. Obligadas al confinamiento, muchas veces en entornos familiares con altos grados de ingesta de alcohol, las mujeres y las niñas que sufren violencia en el hogar se encuentran cada vez más aisladas de sus círculos familiares o de amistades que pueden socorrerlas o de organizaciones o instituciones que pueden ayudarlas.
Es hora de que la violencia contra la mujer sea un tema de Estado. La comunidad internacional ha señalado que constituye una violación a los Derechos Humanos. Debemos trabajar en un programa educativo para la prevención de la violencia desde el nivel preescolar hasta la enseñanza media, sobre todo en el pololeo, que nos permita avanzar y tomar conciencia de lo importante que es una sana y respetuosa convivencia.
El evitar otro caso tan lamentable como el de Brenda, es y debe ser tarea de todos y todas. Y esperamos no volver a exigir: Ni una menos!