– El tiempo de la dictadura fue duro para todos.
Unos más y otros menos, sufrimos diversos problemas y limitaciones a nuestra vida personal y colectiva.
Corría el verano de 1974 y nuestro pequeño grupo de amigos del barrio se volvía a reunir a la sombra de la sede social en la población, después de meses de miedo y terror, para compartir un litro de vino y un pito de marihuana. Regularmente pasan por la calle principal vehículos militares y soldados, metralleta en ristre. Ordenan a gritos disolver el grupo pero en cuanto se marchan vuelven a juntarse de nuevo los amigos.
Fui uno de esos jóvenes y lo que más nos gustaba era intentar jugar al ajedrez y leer artículos del Reader Digest. Dolidos y tristes, solo dejábamos pasar las horas sin tener claro nuestro futuro.
2.- Fue ahí que un día llegó el Ruben tranquilo, con un pucho entre los dedos.
Sabía de ajedrez así es que nos fue interiorizando en el movimiento de las piezas y el dominio de algunas jugadas.
Algo de desconfianza había en nosotros al principio, era hijo de milico, pero nos fue ganando con la inteligencia y perseverancia que tenía de sobra.
Se pasaba horas con nosotros, preguntaba cómo nos iba en los estudios, se daba tiempo para explicarnos el daño del alcohol y la yerba en el cuerpo y nos daba palizas en el ajedrez. Pudimos terminar como muchos en el barrio, pero el Ruben nos fue guiando con astucia militante y logró sacar a varios.
No está físicamente con nosotros, hoy sabemos que su apellido era Cesped y no Cespedes, pero es de los que no se olvidan nunca, pues sembró en buena tierra y eso no se olvida.