Cada cierto tiempo, se produce un evento en nuestras vidas, que nos hace detenernos, nos remueve algo en el interior, que nos obliga a parar. Pasó esta semana, con un inusual fenómeno, de “auroras australes”, (similares a las auroras boreales) que se pudo apreciar a simple vista, en los cielos de Magallanes, Aysén, y Chiloé. Entrada la noche, mirando hacia el sur, los cielos se tiñeron con tonalidades rojas, y rosadas, provocando una sensación de sorpresa y admiración en la población. Científicos del Centro de Predicción del Clima Espacial (NOAA) estadounidense han explicado, que el fenómeno es provocado por tormentas solares extremas. En este caso una tormenta solar de categoría cinco (de cinco) en su escala de intensidad. Las enormes llamaradas que expele el sol, bombardea los planetas que lo circundan, con partículas cargadas y radiación electromagnética que interactúa con el campo magnético terrestre y la atmósfera de la Tierra. La tierra es protegida por la magnetósfera, un campo magnético que impide que estas partículas impacten directamente al planeta. Según cita el portal web de radio Biobío, el periodista y destacado divulgador histórico, Francisco Dramendrail, reporta que, según archivos del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, este fenómeno ya habría tenido lugar en Chile, hace nada menos que 165 años. En efecto, según registros escritos con pluma de ganso y tinta, el 2 de septiembre de 1859 se habría presenciado “auroras”, en las ciudades de Santiago y Concepción. El fenómeno, así fue descrito en esa oportunidad “Mirando hacia el sur, en los cielos extraordinariamente alumbraba una luz coloreada de rosado, azul y amarillo, en forma de nube o globo de fuego fatuo que despedía alguna llama o vapor y esparcía una claridad semejante a la luna, cuyo movimiento era contrario al de la tierra”. Se describe que el fenómeno alarmó a la población, por ser “casi enteramente desconocido en estos lugares”. Para mayor certeza de lo allí ocurrido, cabe señalar, que dicho evento, fue producido por la tormenta solar ocurrida en esos años, y que en el medio científico se conoce como “Evento Carrington”, por el astrónomo inglés Richard Carrington (1826-1875), que los descubrió. Tanto la tormenta solar de 1859 como la de este año 2024, son consideradas las mayores producidas en nuestra historia, o al menos las mayores de las que se tenga registros. Hace 156 años el fenómeno afectó los servicios de telégrafos en muchos lugares del mundo, al igual que hoy, que la tormenta solar ha afectado las telecomunicaciones planetarias.
Al igual que miles de habitantes de la región de Magallanes, me desplacé en las horas nocturnas, hacia el sur lejos de las luces de Punta Arenas, para atestiguar el fenómeno maravilloso. Para la anécdota, fui muy temprano, y al cabo de unas dos horas desistí. El reporte indica que se pudo apreciar ya entrada la madrugada. De todos modos, los cielos límpidos, y sin contaminación lumínica, nos regalan por estas tierras, maravillosas vistas de la vía láctea. Extasiados y en silencio, contemplamos la inmensidad, junto a mi hijo Santi, la vía lactea, nos hace sentirnos mas pequeños, “y tiritan azules los astros a lo lejos”. No sólo nosotros dos, cientos de personas en el sur del estrecho, reunidos mirando hacia el cielo, callados y solemnes. Autoconvocados, como dirían por ahí. Creo que en ese impulso de acercarse a lo desconocido, de ir en búsqueda de lo incontrolable, de lo que nos supera, se esconde la angustia de nuestra sociedad. Una sociedad que vive ensimismada, alienada en el consumo, en una carrera sin pausa por llegar antes, o llegar mas lejos. El apetito insaciable de la sociedad materialista, que hace multiplicar los esfuerzos para tener más, para ganar más, tratando de llenar un vacío que no es material. Ahí, parados en la oscuridad, alejados de las luces de la ciudad, acompañados sólo por el sonido de las olas, y el llamado de unos patos, de regreso de la pesca. Me conmueve intensamente, el anhelo de trascendencia, el anhelo implícito de conocer la inmensidad, de todos estos hombres y mujeres. Después de todo, un fenómeno cósmico como este no se puede planificar, ni controlar, no se venden entradas para mirar el cielo nocturno. Sólo los más excepticos han permanecido ajenos, todo el resto anduvimos, al menos por un corto tiempo, reflexivos y silentes, mirando el cielo de vez en cuando.
Mientras el resto del país, lucha por sobrevivir, por llegar a fin de mes, sobrellevando con dificultad el alto costo de la vida, el desempleo, el flagelo de la delincuencia, y un largo etcetera, en la tierra bendita de Magallanes, muchos de nosotros, sólo por un instante, paramos la máquina para mirar al infinito.
Ernesto Sepúlveda Tornero