Una compañera escribió para pedirnos algunas palabras para los chileno norteamericanos, que después de más de veinte años regresaron al país para reencontrarse con los suyos.
Cualquiera que leyera este titular pensaría que se trataba de compatriotas, hijos de exiliados, que se quedaron muy niños en el país que acogió a su familia para labrarse su vida y hoy vienen a retomar esos lazos voluntariamente interrumpidos, entendiendo que eso de voluntariamente puede resultar hasta sarcástico habida cuenta de los hechos reales que provocaron el rompimiento de los lazos familiares.
Pero no, luego de conocer pormenores y escuchar testimonios malamente traducidos de esos jóvenes adultos que llegaron a Chile a conocer a sus familias, se nos viene a la memoria dos duras palabras.
Infelices y desgraciados. En efecto, todos estos niños, hombres y mujeres, en un número superior a veinte mil, fueron literalmente robados a sus madres y familias por curas y monjas, damas de distintos colores, durante la dictadura y entregados en adopción a familias extranjeras, sin ninguna autorización de sus familiares y todo mediante documentos y declaraciones y gestiones falsas de los infelices y desgraciados.
2.- La justicia lo permitió y avaló guardando silencio.
Todos los eslabones de esta cadena recibieron dinero por lo que hicieron, pudieron continuar con sus vidas como si nada hubiera pasado e incluso una de ellos, Elisa Clementine Mottard «la madre Victoria» fue premiada con una nacionalización por gracia.
Ellos, los plagiarios y sus cómplices, que claman a Dios y se golpean el pecho, que son número puesto en las páginas sociales de los diarios de los ricos son seres despreciables, no solo por carecer de escrúpulos sino también, y por sobre todo, por utilizar la fe y las creencias populares para blanquear la maldad.
Mil veces malditos.