La emoción y los recuerdos llenan todos los espacios cada vez que se escucha La Población de Victor Jara.
No solo porque a miles ha de transportarlos hacia algo que vivieron junto a sus familias, sino también y por sobre todo, porque relata de manera magistral lo que implica participar en una toma de terrenos, cargando el sueño de la casa propia y del bienestar futuro de quienes integran ese hogar que, a la mala, buscan conseguir por gestión propia aquello que el Estado y los sucesivos gobiernos les niegan bajo mil artimañas.
La emoción te aprieta el pecho al oír los versos de lo único que tengo y sin mayor esfuerzo puedes imaginar todo aquello que se observa pasar en el río Mapocho. Eres el niño que recita los versos que anteceden a la historia del pequeño Luchín para ser luego uno más de los partícipes de la toma de terrenos, que se cambió a última hora de lugar porque al sector original llegaron los pacos, puestos sobre aviso. Reirás de buena gana con la historia de las coliguillas para enseguida colocar entre el celofán una peineta de bolsillo y dar la entrada a ese portento que dice que el hombre es un creador. Las lágrimas buscan salir de tus ojos pues te haces parte del dolor por la partida de Herminda pero sabes que la lucha sigue y hay que ponerle con todo, sacando pecho y brazo. Si no te pones de pie para entonar la marcha de los pobladores es que nunca estuviste en una toma y se hace necesario vivir esa experiencia, para aquilatar en todo lo que vale la gran obra de Victor Jara. Es una toma, es la población, es el sueño de los sin casa.
2.- Mis primeros recuerdos están asociados a una casa en la calle Antonio Varas, muy cerca de la estación de ferrocarriles de San Bernardo, desde donde salimos una madrugada mis padres, algunos de mis hermanos y yo, junto a las modestas cosas que conformaban el hogar, todos arriba de un carretón de mano que tiraban a pulso mamá y papá. Subimos por San Martín hacía el norte, nos fuimos encontrando con otros trabajadores de la Maestranza que, una vez alcanzado al punto de encuentro, comenzaron a instalar sus bártulos en el loteo irregular que paso a ser desde entonces la toma de terrenos La Lata.
El loco, el pelao, el laucha, conejo, pescado seco, gallina ciega, pilla la bala, perro, lobito y decenas de apodos ferroviarios cruzaban de allá para acá en esa loca y decidida instalación que por algunos años fue nuestro hogar.
Mas de 50 años después, vivo en la casa que mi padre y mi madre consiguieron gracias a la toma, y que se pagó a la Corvi por medio de un descuento en la liquidación mensual de sueldos del obrero ferroviario.
El sueño de la vivienda propia es posible, jamás se debe renunciar a él.
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Nuestra fuerza la Unidad
Nuestra meta la Victoria