Fue un hombre de radio, de aquellos de la vieja escuela. Los que se hicieron en el rigor de los turnos de los oídos afinados y el pulso firme. De los remotos hallicrafters, las grabadoras de carrete abierto y los inolvidables tocadiscos. Fue un hombre prolijo en extremo, con un cúmulo de anécdotas, y graduado de los turnos de noche. Del último turno. Sonia, su mujer y sus hijas Marcia y Viviana eran su mundo, materia de constante conversación. Y tiene que haber cumplido por lo menos sus 40 años de radio, sino más. El querido Ulises, o “cañaño” para sus compañeros o amigos cercanos era un infatigable. Nunca de poner trabas, sino más bien callado en las reuniones y de poner el hombro al trabajo. Esa era la radio en que le conocí, siempre de punta en blanco y con su voz lastimera, de la cual el resto siempre se festinaba. El solo se encogía de hombros y a otra cosa. Pero los años pasan, y al poner candado a la Ibáñez de calle Errázuriz, él se fue a otras actividades dejando el trajín radiofónico solo como un grato recuerdo, los mismos que se gatillaban en su reunión mensual de la Cofradía, de la cual era miembro activo, y colaborador pertinaz. En los últimos años la vida le fue poniendo obstáculos, que él supo sortear, hasta la partida imprevista de su compañera de vida, su querida Sonia. Y de ahí en más, cuesta abajo en la rodada, donde su salud tampoco lo acompaño. Hoy la noticia fue escueta. Nos dejó Ulises Callahan, hombre que está en el ADN de la radio de los 60 y 70. Hizo de su vida lo que más le apasiono, sumo una legión enorme de amigos y compañeros de trabajo. Y nos dejó su bonhomia, su trajín quieto y respetuoso y sus anécdotas que el mismo reseñaba con una gracia del mejor contador de historias. Descansa en paz estimado Ulises.