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TOCANDO CON MI VIEJO TAMBOR

Para quienes somos creyentes, la navidad es una época de renovación, de esperanza. El nacimiento de Jesús, el Salvador, en un humilde pesebre en Belén, dejó su huella para siempre en la historia.  La misión redentora de Jesús, inicia en la modestia más extrema, naciendo en el sitio donde se guardaba a los animales del frío invierno. En esta época incluso nieva en Belén y alrededores. Así que imaginemos ese refugio, donde sólo había paja como lecho, para quien vino a redimir a la humanidad. Gracias a la tradición, seguida por varias generaciones de mi familia, desde su llegada a Chile, recibí el tesoro de la fe. Así, pude disfrutar desde que tengo memoria, de los ritos y solemnidades que la Iglesia Católica, celebra a lo largo y ancho del país.  Esta navidad de 2021, es especial, porque llega después de un año lleno de vicisitudes producto de la pandemia. Muchos hogares vivieron la tragedia de la partida de un familiar, o padecieron la angustia de una dura enfermedad. Cientos de miles de personas sufrieron la pérdida de su trabajo, y si volvieron a trabajar, lo hicieron en condiciones precarias. Millones de chilenos y chilenas, debieron hacer uso de sus ahorros previsionales, del dinero que tenían para financiar una escuálida pensión, para pagar deudas, o parar la olla. A la preocupación por el sustento diario, por conservar el empleo, por pagar las obligaciones, se sumó una incertidumbre por el mañana. Las elecciones presidenciales se desarrollaron en un clima de polarización, pocas veces vista. Muchos recordaron el plebiscito de 1988, porque las opciones en juego, parecían ser el cielo o el infierno, dependiendo del punto de vista. A Dios gracias, la forma en que se resolvió la elección presidencial del 21 de diciembre, con claridad y contundencia, despejó de inmediato, el rumbo que la inmensa mayoría del país, quiere seguir.

Llegamos entonces a esta navidad de 2021, después de un año plagado de desafíos y pruebas, con una esperanza renovada en el futuro. Nuestro país, tensionado a grado extremo, por una campaña política despiadada, logra aliviar la presión, soltar toda la energía acumulada. Los actos de celebración por el triunfo electoral, en todos los rincones de la patria. Fueron un rito de sanación. Vecinos que estaban peleados, familiares enojados, por causa de la política, volvían a encontrarse. La limpia y pacífica alegría de un pueblo, fue capaz de alejar las preocupaciones, las incertidumbres, las angustias.

Por eso que esta navidad fue distinta. Porque dejado de lado, el enfrentamiento electoral, y facilitado por el discurso convocante y fraternal del presidente electo, pudimos celebrar en paz, y todos juntos. Se han multiplicado los gestos de todo tipo, de las personas más variadas, y diversas, gestos de amor por los demás, deseos de encuentro, de entendimiento. Tuve el privilegio de leer la reflexión que hacía una joven mujer, profesional, trabajadora. Una persona de centro derecha, destacando lo bueno que era para Chile, ver la alegría de la gente, celebrando en paz. Destacando que, pese a las diferencias políticas, se veía en el presidente electo, el deseo genuino por mejorar el país.  Relevando la importancia de la inclusión y del respeto. Seguro que a algunas personas les parecerá de Perogrullo, pero no a mí. Yo rescato la verdad que hay en esas palabras, la bondad de ser capaz de reconocer en el otro, virtudes, aunque haya sido un adversario. Para mí, amigos y amigas, esta reflexión sintetiza, el anhelo de un país completo, que quiere reconciliarse, que quiere vivir en paz. Ni siquiera es necesario ser cristiano, ni católico, para pensar así, sólo se requiere ser humano. Tener la capacidad de conmoverse, de emocionarse por lo que le sucede a los demás.

Esta navidad, nos deja un sabor dulce, somos más cercanos, tenemos todos, una tarea que nos obliga a caminar juntos. La construcción de un futuro más próspero, que        llegue a cada rincón de la patria, nos exige a todos, la actitud de esa valiente mujer, que no temió lo que dirían los demás, sólo dijo lo que salía de su corazón. Eso es lo que se espera de nosotros, que seamos capaces de derribar las vallas que nos separan, cruzar la calle, tender el puente, para acercarnos. El espíritu navideño, se contiene en esas acciones. No son los regalos, ni las compras, son gestos de amor, de desinterés, de generosidad.

Nos falta muchos gestos de fraternidad, de amistad cívica, de mirarnos sin juzgar. Ser capaces de acoger al que piensa distinto, es el primer paso para sanar las heridas internas de nuestra sociedad. Es una tarea hermosa, que me llena totalmente el corazón. Poder tender la mano a todo el que lo necesite, a todo el que lo pida, sin mirar militancias políticas, ni credos religiosos. Esa es una tarea que podemos iniciar, en cada casa, en cada barrio, en cada lugar de trabajo. Y estoy seguro, que, si le hacemos empeño, nuestra vida se llenará de significado, los momentos felices no serán sólo en las fiestas. Y no tendremos que esperar una nueva navidad, para decir que nos amamos, decir que nos necesitamos, para, en definitiva, vivir la vida que soñamos.

Ernesto Sepúlveda Tornero