Amigos y amigas, este fin de semana, se ha concretado lo que se temía en todo el mundo. Tras la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus aliados, de Afganistán, han retomado el control del país, los talibanes. La población civil queda nuevamente inerme ante un grupo que hace tabla rasa con los derechos humanos, y sojuzga despiadadamente a la mujer. Qué triste es imaginar esas familias, aterrorizadas en sus casas. La pérdida de libertad en tales regímenes totalitarios es asfixiante. Traigo esta noticia a colación, debido a comentarios de algunas personas, que pretendiendo ser incisivas y críticas, terminan festinando con un hecho que debiera ofender, a toda persona. El caso, es que se hacía memoria de otras ocasiones en que las incursiones militares del tío Sam, habían terminado en retirada. Varios medios incluso postearon la famosa foto del helicóptero, elevándose de la embajada en Saigón, Vietnam. Imagen muy similar a la que se vio este domingo en la embajada de USA en Kabul. En lo personal, no soy fanático de las incursiones militares de Estados Unidos o cualquier otro país, sobre un país extranjero. Sin embargo, la vigencia universal de los derechos humanos, obliga a cualquiera de nosotros, a solidarizar, con el que está siendo oprimido, perseguido, asesinado. Es un tema espinoso, Estados Unidos alega que invadió en 2001, persiguiendo a los terroristas que atacaron en 09/11, y que esa misión fue cumplida.
El problema es que la cultura occidental no ha logrado penetrar. El apego al sistema democrático, al principio de legalidad, el respeto de los derechos humanos, y libertades públicas. Resultan ajenos a la tradición política de Afganistán. ¿Se les puede inocular a sus habitantes, el aprecio por estos valores? Claramente, constituye un fracaso también de la política, sostener un gobierno local por 20 años, que no tarda ni una semana siquiera en caer, sin el apoyo extranjero. Más allá de lo distante que nos pueda parecer ese país, no podemos menos que dar gracias, por vivir en un país libre y democrático. A la luz de lo que sucede en otras latitudes, no es poca cosa.
Otro hecho internacional, se suma al anterior, en cuanto a lugares donde la democracia no logra cuajar, con una sociedad dividida, y una población viviendo extremas necesidades. Me refiero a Haití. Hace un par de semanas, fue asesinado en su residencia, el presidente de la república. En hechos que involucran a ex militares colombianos, y al menos dos norteamericanos. No se terminaba de lamentar esta noticia, cuando sobrevino un sismo que destruyó casas y edificios, causando más de 1200 muertos y decenas de miles de heridos. A sólo 10 años del sismo que causó más de 300 mil muertos, la situación de indefensión de la población es absoluta. Con un estado famélico, con escasa infraestructura sanitaria, y mínima cobertura de servicios básicos. Duele el alma pensar en esas personas, abandonadas a su suerte. Se ha anunciado apoyos desde el gobierno chileno. Antes lo había hecho la brigada de rescate de Bomberos de Chile. Unidad altamente especializada para la búsqueda y rescate de sobrevivientes, en situaciones de emergencia. Me emocioné escuchando a Benito Baranda, contar como le cambió la vida en 1999, al conocer Haití. Como le remeció a tal punto, que se volcó a partir de ahí, con todos sus esfuerzos, a las iniciativas de ayuda los necesitados. De allí nacería su iniciativa América solidaria. Durante el primer gobierno de la presidenta Bachelet, personal de Salud y de nuestras fuerzas armadas, desarrollaron un programa de apoyo en Haití, que ha constituye una experiencia valiosísima de colaboración entre países. Chile aportó personal al cuerpo de cascos azules de Naciones Unidas.
Lejos de mí está el ser melodramático, no pretendo conseguir una lágrima fácil, o una mueca de aprobación, y luego todos a lo suyo. Mi propósito es llamar la atención por un par de minutos hacia nuestra vida. Que veamos las vidas de esas personas, que hoy están padeciendo a mares, y veamos nuestras propias vidas. Nuestra comodidad, nuestros pequeños privilegios. Comparemos las preocupaciones de esos seres humanos, con nuestros devaneos cotidianos, nuestros afanes triviales.
Como nos perdemos en discusiones bizantinas, declaramos con pasión nuestra oposición a esto o a aquello. Algunos incluso declaran enemistades, dedican frases hirientes, acusatorias. Vivimos en un país que es un solaz en este mundo convulso y sangriento. Y, sin embargo, no somos capaces de reconocernos entre nosotros, de valorar lo que hemos logrado entre todos. Soy de los que cree, que debemos honrar con nuestra vida, la de aquellos que la ofrendaron por nosotros. Creo que debemos ser conscientes de lo que tenemos como familia, como comunidad, lo que hemos construido como sociedad. A partir de esa conciencia agradecida, abrir nuestro corazón, para aliviar el dolor, la angustia, o el sufrimiento de los demás.
Me despido, con una oración por las pobres gentes que sufren en Haití, en Afganistán, y en todo lugar.
Ernesto Sepúlveda Tornero