Un nuevo 11 de marzo ya pasó. La fecha que marca el ciclo anual de los gobiernos, y donde se miden los avances en sus compromisos. Para ser honestos, creo que hace rato, ese barómetro de la gestión, ha dejado de tener importancia para este gobierno. En su defensa se puede decir, que ha tenido que enfrentar un período de convulsión social, que no se conocía desde los años 70’. Este gobierno en particular, no estaba preparado para enfrentar el “Estallido social” de octubre de 2019. Otro gobierno de gerentes y de ingenieros, que se ve sorprendido por las ciencias sociales. Queda una enorme duda, de si alguno de los gobiernos que lo precedieron, con una postura progresista o centro izquierdista, lo habría hecho mejor. Pero, como esta columna es de análisis y no es un oráculo adivinatorio, dejemos establecido, de que nadie estaba preparado, para la magnitud, el alcance y masividad de octubre de 2019. Por otra parte, y también abonando, a título meramente explicativo, de la marcha del gobierno a marzo de 2021. Existe, un gran paréntesis, que suspendió toda posibilidad de cumplimiento, ni siquiera parcial, de los objetivos gubernamentales. Es una verdad mas grande que una catedral. La pandemia Covid, que se ha llevado a mas de 21 mil compatriotas, y ya suma 800 mil afectados, ha obligado a abocarse a lo principal, y lo principal es y seguirá siendo, sobrevivir. Superar la pandemia, hacer todo lo que está a la mano, para evitar mas muertes, para reducirlas, y para aumentar los vacunados.
Todo lo anterior, hace que el inicio del último año de mandato de Piñera 2, quede marcado más por las interrogantes que por las certezas. Mas allá del esfuerzo sanitario titánico, que le correspondió liderar al gobierno, y tras el cual, todos los chilenos, nos pusimos. La evaluación general de la gestión política, es deficiente. La lentitud en adoptar las medidas económicas, que aliviarían a las familias. La derrota de tener que asumir dos retiros masivos de fondos previsionales, y la amenaza de un tercero. Quiebra de empresas, cierre de locales comerciales, restaurantes, desaparición de locales tradicionales por todo el país. Sumado a lo anterior, la agudización de los problemas de orden y seguridad pública, y acusaciones de violación a los DDHH. Asimismo, la incapacidad crónica para comprender que las reivindicaciones del pueblo Mapuche, tienen fundamento, y deben atenderse por el estado de Chile. Y que la violencia, los ataques incendiarios, quema de madera, de fundos y de vehículos, pueden combatirse con todo el rigor de la ley, respetando el estado de derecho.
Siendo algo no deseado ni buscado, la elección de constituyentes, y el inicio de sesiones de la Convención constituyente, marcará al gobierno de Piñera, como el gobierno en que el pueblo decidió terminar con la constitución de Pinochet. Una ironía de la historia, es que su base electoral, su apoyo político, provenga precisamente de quienes medraron en dictadura. Incluso hoy día, un ferveroso partidario de Pinochet, de su régimen y de su constitución, hoy anda travestido a social demócrata. Como si la historia, se pudiera borrar, u olvidar, sólo cambiándose de ropa. De algún modo, también eso forma parte del Chile que todos queremos superar.
Lo singular de nuestra historia de estos días, es que nos acercamos a un momento trascendental. Donde la autenticidad de los proyectos y de las personas que se postulan, será evaluado, será medido. Pocos dimensionan la real magnitud de los acontecimientos que estamos protagonizando. Construir las bases de un nuevo contrato social, de un nuevo entendimiento, no es tarea baladí. Es un momento histórico, y no podemos desaprovecharlo. Debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en sacar adelante esta tarea, que se iniciará los días 10 y 11 de abril. Se equivocan quienes piensan, que hay que seguir convocando a la gente a manifestarse, mantener las calles encendidas. Eso sólo generará temor, en quienes debemos convocar masivamente a las urnas. Todos los esfuerzos deben orientarse a conseguir el mejor resultado electoral, que nos permita construir el país próspero, integrado e inclusivo que merecemos.
No existe una dicotomía entre un país con pleno respeto a los derechos humanos, y un país con estabilidad social, donde se respete el orden y la seguridad pública. Así como tampoco es antagónico garantizar la libertad económica, libertad para emprender y desarrollarse, con un sistema que garantice derechos sociales, y establezca mínimos civilizatorios.
Debemos concentrar toda nuestra energía vital, en el camino que viene, no en el que ya recorrimos. Llegamos hasta aquí, por una serie larga de procesos que se acumularon año tras año, somos herederos de quienes nos precedieron. Y seremos el eslabón en la cadena, que nos unirá al nuevo Chile que está por nacer. De nosotros depende, como vamos a entendernos, cuanto vamos a ser capaces de conciliar, de pactar, para llegar al mejor resultado para todos.
Es un tiempo donde las habilidades blandas, el saber expresarse, saber conversar, son tan valiosas, como las destrezas técnicas, para saber los cuanto y los cómo de cada cosa. La nueva constitución no será obra de puros abogados constitucionalistas, ni de puros políticos profesionales. La variopinta gama de candidatos, da cuenta de la diversidad y de la complejidad de la sociedad del siglo XXI. Debemos aprender, sobre todo los de generaciones pretéritas, la tolerancia, la inclusión, así como la generación actual, debe valorar lo construido por sus padres y abuelos. Así se construye un país, así se organiza un pueblo, ejerciendo su derecho soberano a darse una nueva carta magna.
Desde Magallanes, por la Región que queremos, seremos dueños de nuestro propio destino.
Ernesto Sepúlveda Tornero