La cuarentena ha fracasado.
Raro resulta iniciar una opinión con una afirmación tajante, pero lo cierto es que en el caso de Magallanes los mecanismos usados para controlar la expansión del SARS-COV2 no han mostrado utilidad alguna para frenar esta segunda ola que nos afecta.
Hay que buscar mecanismos que permitan efectivamente disminuir los contagios por COVID, de los ya probados, la cuarentena ha demostrado que después del primer desconfinamiento, la actividad y movilidad se han mantenido relativamente altas y no han evitado el traslado por lo que consecuentemente las personas han sido vector comunitario para la infección.
Ello solo muestra que confinamientos prolongados cansan y tienden a incentivar el no respeto de este además de disminuir la percepción de riesgo y generar una alta incertidumbre laboral.
Ante esto deben hacerse esfuerzos significativos por buscar estrategias que permitan combatir la altísima tasa de contagios que afecta a la región, esto solo es posible con voluntad de abrirse a nuevas fórmulas y trabajar en conjunto todos los sectores para que estas nuevas medidas se sientan como un todo “nuestro” y no uno impuesto.
Dentro de lo no realizado, sin duda la comunicación de riesgo ha de ser una de las tareas a enfrentar, la ya mencionada perdida de percepción de riesgo solo se combate con campañas comunicacionales y comunitarias que reflejen en la población la gravedad de la crisis que enfrentamos y releven los riesgos asociados, durante septiembre han fallecido tres personas cada dos días y ello no parece ser tema en la opinión pública, en donde la sensación de una segunda ola más “benigna” ha normalizado la infección y muerte de magallánicos.
De existir la capacidad, debe aumentarse la capacidad de testeo, ello es clave en la identificación de los casos positivos, la OMS recomienda de ser posible 10 exámenes por caso detectado y nuestra realidad, siendo de las más altas del país, llega a cuatro. Esto va aparejado con una capacidad de ubicar y detectar contactos que sigue siendo bastante deficiente.
En este punto es conveniente detenerse un minuto a clarificar que tanto el testeo como cualquier acción que se pretenda implementar debe evitar el populismo epidemiológico, entendido este como la adopción de medidas que parecen posibles, popularmente aceptadas y comunicacionalmente golpeadoras, pero que no tienen mayor impacto en la contención de la pandemia.
Pretender evitar la entrada de infectados tomando temperatura en los aeropuertos, test masivos en lugares de trabajo o de acceso público, sin un fin definido o un plan de acción, interpretaciones alarmistas o sesgadas de la situación son ejemplos populistas que en nada contribuyen a un control real.
Volviendo a las acciones posibles, sin duda lo que no se ha asumido es el trabajo colaborativo, las mesas de trabajo intersectoriales, con el aporte de instancias de la sociedad, ello sin duda enriquece el trabajo y permite elaborar estrategias conjuntas que incorporan a la comunidad aumentando su adherencia a las medidas. No resulta menor este trabajo conjunto, cuando cada día más personas, tanto en redes sociales como en medios de comunicación, comienzan a validar conceptos como inmunidad de rebaño o selección natural.
Sin duda la necesidad de las personas hace inevitable la creciente rebeldía a los confinamientos, sin embargo, el estado debe garantizar que las medidas a adoptar aseguren un acceso equitativo y seguro tanto a salud como a fuentes de ingreso.
Difícil encrucijada la que se vive en Magallanes, pero en la medida que logremos apelar a responsabilidades individuales, asumidas con información y voluntad por las personas, a responsabilidades sociales, adoptadas en conjunto y a responsabilidades estatales, definidas con información precisa y escuchando a todos los sectores, seremos capaces de vencer esta prueba que hoy atravesamos.