Esta semana se celebró la Pascua. En la tradición hebrea la festividad inicia el día jueves, y en ella se celebra la liberación del pueblo de Israel, de la esclavitud en Egipto. En la tradición cristiana, se celebra la resurrección de Jesús, luego de haber ofrendado su vida por los pecados de los hombres. En el primer caso, se trata de la celebración de una liberación física, material, donde se inicia el éxodo hacia la tierra prometida. En el segundo caso, Jesús con su resurrección, vence al pecado, libera a los hombres de esa carga espiritual, y promete la vida eterna a quienes sean capaces de seguirlo.
Importantes líderes mundiales, jefes de estado, hicieron esta semana, referencia a la Pascua de resurrección. Enfrentados a una pandemia como pocas veces se ha visto, ha surgido con fuerza en todo el mundo, una reflexión acerca del sentido de la vida. No es que las masas se vayan a volver instantáneamente hacia iglesias o sinagogas. Es una actitud de humildad, que brota naturalmente, ante lo inevitable, ante lo insuperable. El dilema ético acerca de la vida y la muerte está cada vez más presente. En Chile, el rector de la pontificia Universidad Católica de Chile, fue el primero en referirse al punto. El tema tiene una importancia suma, cual es la conducta que dicta la ética, cuando se debe decidir sobre el uso de elementos médicos escasos.
Estamos viviendo circunstancias que nos obligan a decidir cada día sobre la vida o la muerte. Esa es la cruda verdad. Optamos por la vida, cuando decidimos cumplir las recomendaciones de la autoridad de salud, de quedarnos en casa, de guardar una distancia física de 2 metros con otras personas. Cuando decidimos ponernos mascarilla si estamos obligados a salir de casa. En cambio, jugamos a una peligrosa ruleta rusa, cuando no acatamos estas recomendaciones, y seguimos saliendo de juerga, a emborracharnos como si fueran vacaciones. Pero también, optamos por la muerte, cuando seguimos haciendo vida social, visitando amigos, o cuando con excusas diversas seguimos saliendo de casa en cuarentena. Esta semana, sólo en un día se solicitaron en Punta Arenas, 6 mil permisos temporales. Es una locura con todas sus letras, con la tasa más alta del país, de contagiados por cada 100 mil habitantes.
Ante la cercanía de la muerte, en el pasado la gente organizaba fiestas, sabiendo que era lo último que iba a hacer en vida. Ocurrió en muchos pueblos de la antigua Europa. Era la peste negra. Que se llevó casi a la mitad de los habitantes del viejo continente. No creo que en Chile, y en especial en Magallanes, estemos de ánimo para una fiesta de esas. Tenemos hijos e hijas, padres, abuelos a los que cuidar. Por ellos debemos optar.
No queremos ver más veraneantes de fin de semana, repletando las autopistas del centro y norte del país. No queremos ver más ebrios detenidos en Toque de queda acá en Magallanes. No queremos saber de finos personajes, desplazándose en helicóptero, hacia lugares de recreo, burlando la cuarentena.
En el momento vital en el que nos encontramos, y a propósito de la Pascua, queremos ser liberados de toda esclavitud, queremos ser purificados, y renacer, con más fuerza y alegría que antes. Renacer a una nueva vida. Una existencia con sentido trascendente, donde el compartir con los otros, el preocuparse de los otros, sobre todo de los que más sufren, sea un motor de nuestra existencia. Que podamos construir una sociedad fundada en el amor a los otros, al deseo de paz, de armonía. Donde la prosperidad sea compartida.
En Magallanes tenemos mucho por hacer, debemos dejar el egoísmo, dejar el individualismo, he aprendido que ser magallánico, no es hacer las cosas como te de la gana, sin importar los demás. Ser magallánico es estar dispuesto a hacer lo que sea necesario, pensando en los demás. Quienes hoy día encarnan en profundo sentido identitario, es el personal de los servicios de salud, que están en la primera línea de atención.
Como lo he dicho en columnas pasadas, tengo la certeza que vamos a superar, este desafío que la vida nos pone por delante. Pero necesitamos también un esfuerzo especial de nuestras autoridades. La agilidad en la gestión de los recursos para enfrentar la pandemia, debe ser la norma. Es posible despejar nudos de gestión, reducir tiempos de tramitación. Es posible ganarle a la burocracia centralista. Esto requiere voluntad política, y audacia. Pero es lo mínimo que podemos esperar de las autoridades regionales.
Sigamos unidos en un mismo propósito, sobrevivir. Salvar vidas. Contribuir cada uno desde nuestro hogar o lugar de trabajo. Con la esperanza renacida, un caluroso saludo a todos ustedes.
ERNESTO SEPÚLVEDA TORNERO