En el resto del país pocos saben que Rolando Martínez es un tipo más bien bajito, de sonrisa generosa, hablador, amistoso. Un libro abierto de la historia de Magallanes dispuesto a resolver con datos precisos la curiosidad. Pocos lo conocen, pero de seguro la mayoría lo ha leído. Cientos de portadas publicadas en el diario El Mercurio, y otras muchas más que nunca salieron a la luz por línea editorial o espacio, avalan su calidad, vocación y ética.
Rolando hasta ayer fue una de las caras del diario de Agustín en regiones. Mientras reporteaba para la que sería su última nota quizás, fue sorprendido con el llamado telefónico. Lo despidieron sin mirar a los ojos a más de 3 mil kilómetros de distancia. En un segundo pasaron por su mente 22 años y cuatro meses de trabajo.
Bajo el argumento de una crisis económica en pleno “estallido social”, otros 65 trabajadores del mismo medio corrían igual suerte. No hay ningún gerente ni articulador del diario en la lista. Nadie con la responsabilidad de haber hecho sustentable el periódico recibió la llamada.
El acto centralista cierra –posiblemente para siempre- la puerta de la corresponsalía en Magallanes y, al mismo tiempo, la posibilidad de informar in situ al resto del país y el mundo de lo que ocurre en el último confín del planeta.
El despido ocurre justo en un año que se vaticina entre los más noticiosos de la década: el Plebiscito, las elecciones municipales, las justas demandas sociales, y los 500 años del paso de Hernando de Magallanes por el canal bioceánico que lleva su nombre. Se trata de hitos que debieran marcar la planificación de cualquier medio que se proclame respetable y busque credibilidad.
Pero nuevamente prevalece la lógica economicista por sobre criterios periodísticos. El ajuste de dinero por sobre la credibilidad. La investigación, reporteo, ética y calidad informativa arrojados sin remordimiento al tacho de la basura.
Hoy echan a un tipo respetuoso pero con actitud de cazador ante el dato y la fuente. A un periodista acucioso, letrado, investigador de la noticia que desvive una abnegación total por encontrar la palabra precisa y poner la justa medida de la honestidad a los hechos.
Desechan la esencia del periodismo, lo que más necesita el país y la región en tiempos de noticias falsas e incertidumbres.
Lamentablemente el delito de transformar el derecho a la comunicación e información en un negocio no tiene sanciones en Chile. Ni siquiera sociales. Está avalado en la Constitución de 1980 como tantas otras estafas normalizadas que nos llenan de rabia.
Desde el Colegio de Periodistas de Magallanes, toda la solidaridad y apoyo a nuestro socio, Rolando Martínez, y a tantos otros colegas y familias que perdieron su trabajo bajo el dictado de una frívola llamada telefónica o una carta vacía.